miércoles, 1 de febrero de 2012

2. Consumado es:

No solamente fueron todos los tipos, y las profecías, y las promesas consumadas así en Cristo, sino que todos los sacrificios tipo de la antigua ley judía fueron abolidos y también fueron explicados.

Desde los tiempos de Noé, Abraham, Isaac, y Jacob, se contemplan altares humeantes, señales del hecho que el hombre es culpable, los sacrificios por el pecado son llevados a cabo por hombres ordenados para ese propósito. Aarón y los sumos sacerdotes, y los levitas, cada mañana y cada tarde ofrecen un cordero, mientras que grandes sacrificios son ofrecidos en ocasiones especiales, los novillos gimen, los carneros sangran, los cuellos de las palomas son quebrados.

Año tras año el sumo sacerdote atraviesa el velo y rocía con sangre el propiciatorio; el año siguiente lo ve hacer lo mismo, y el siguiente, y otra vez, y otra vez, y otra vez.

Pero ahora viene Quien va a poner fin al linaje de sacerdotes ¡Miren! Allí está, vestido pero ahora sin el efod de lino, sin las campanas que tintinean, y sin las brillantes joyas en su pectoral, sino que ataviado con un cuerpo humano, siendo Su altar la cruz, y Su cuerpo y Su alma la víctima, y siendo Él mismo el sacerdote, ante Su Dios ofrece Su propia alma detrás del velo de densas tinieblas que lo han cubierto de la mirada de los hombres. Presentando Su propia sangre, atraviesa el velo, la rocía allí, y avanzando desde el centro de las tinieblas, mira hacia abajo, a la tierra atónita, y hacia arriba, al cielo expectante, y clama: "¡Consumado es! ¡Consumado es!" Eso que ustedes esperaron durante tanto tiempo, ha sido cumplido y perfeccionado plenamente y para siempre.

La expiación y la propiciación fueron hechas de una vez por todas y para siempre, por medio de esa única ofrenda hecha en el cuerpo de Jesús en el madero. Allí estaba la copa; el infierno estaba en ella; el Salvador la bebió: no dio un trago y luego una pausa; no dio un sorbo y luego un descanso; sino que Él la agotó hasta que no quedó ni un solo residuo correspondiente a alguien de Su pueblo. El gran látigo de diez correas de la ley fue desgastado en Su espalda; no ha quedado ningún azote para golpear a alguien por quien Jesús murió.